“Cada existencia personal se sostiene sobre el misterio y en parte es por eso quizás que la persona culta se afana tanto para hacer respetar el secreto personal” (Antón Chejov)
Reconocí su voz. Había recibido varias llamadas sospechosas. Debí haberlo intuido, debí dejar de justificar los silencios, las ausencias repentinas, los mensajes de texto a deshora. Esta vez fue diferente. Aquella voz parecía venir del otro lado de la puerta. Abrí y ahí estaba ella, esa mujer enceguecida de rabia e insultos; ella, esa mujer, la mujer, su mujer, ella la de los ojos nublados de tristeza, de vacío, de nada. En cuestión de segundos vislumbré la pesadilla de verme descubierta ante una puesta en escena imprevisible. Él, quien dormía hasta hacía unos instantes, apareció de repente tras de mí. Se amenazaron mutuamente con exponer al otro al escarnio público; parecía que a ninguno les convenía un escándalo. No cesaron las vociferaciones.
–Quédate con tu “bárroco” –me gritaba aquella mujer desconocida hasta hacía pocos instantes.
Y yo, agobiada por su presencia asfixiante, por la confusión, no sabía si reírme o sentirme ofendida por el agravio. La aparente docta mujer insistía en insultarme con la palabra ‘bárroco’. Tal vez si hubiera pronunciado el dictamen de la injuria con la entonación adecuada me habría dado por aludida; ‘perla imperfecta’, pensé, quizás por ahí iba la ofensa; pero tengo la certeza de que ella no tenía ni la menor idea de aquel detalle ni era consciente de aquella sílaba errónea en la que insistía volcar todo el peso de aquella ofensa obtusa.
Una vez puesto en evidencia el tergiversado amor clandestino, él me miró sin trascendencia y volvió a la cama. Los supuestos insultos de esa mujer se tornaron murmullos ininteligibles y luego vino el silencio.
Yo, incrédula cierro la puerta. Se hace tarde.
Image, "Onirismo " by Andrea Villa Ruiz (2021)
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