Siempre que tienes esas pesadillas veo que te levantas exhausta como si tu alma hubiera divagado por otros mundos. Ese día miraste tu mano con asombro y percibiste una mancha roja que crecía. El dolor predominaba, e inexplicable como todo aquello que venía sucediéndote en los últimos días, la mancha se instaló como un presagio.
Vi tu asombro, más por el desconcierto que por el dolor mismo, y de igual modo fui testigo de las miradas esquivas, de los silencios incómodos que caracterizan a los incrédulos. Días atrás habías amanecido con el ojo izquierdo medio tuerto por causa de una rugosidad, que enrojecida se inflaba de tanto en tanto. La descubriste al pasarte los dedos por el párpado y encontrarte con la textura pétrea.
Reuniste a los tuyos y con movimientos certeros de cabeza, negaron la existencia de eso que era evidente para nosotras. Desesperada volcaste tus días en rituales dedicados a desaparecer cada indicio extraño en ese cuerpo que ya no conocías. Todo te duele de un tiempo para acá. Abrazo tu reflejo, veo tu angustia y te animo a dar el paso.
—¿ Qué quieres que haga?—, te pregunto
—¡Desdibujarte!— gritas.
—Podrías eliminarte de mis memorias, dejar de vigilarme, salir de mis músculos cansados, torturados por el lamento ahogado que se impregna sin aviso —.
Siento tus ojos fijos. Me miras mientras desahogas la angustia y las ganas en un llanto mudo y delicioso. Me sorprende verte así, desinhibida, casi libre.
…
Nos quise cuando se habían agotado los segundos, cuando escucharte fue imperceptible, cuando vibré de llanto indeseado y no de extasiarme tras tu arte conocido. Aquí, desde la luna que olvidaste quebrar antes de tu vuelo, a pocos segundos de este tiempo huérfano de ti y de mí, vislumbro en lo que nos has convertido.
Ahora, rota, fragmentada y agrietada, me descubro deseando reconstruir los atisbos de tu risa.
imagen " Reflexo" (2022) , Vera Bulla
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