Dos mundos completamente distintos y al mismo tiempo casi iguales, siempre unidos por un hilo invisible. Tomarla de la mano es sagrado, pues jamás habrá lugar más seguro que sentir su pulso, su calor. Gracias a ella, a su cuerpo, a su espíritu, estoy aquí. Ella fue mi primer contacto con la vida, fue mi primera experiencia, mi primer resguardo. Hace más de dos décadas vivo lejos de su abrazo, pero el pulso que vibra en ambas se mantiene intacto y somos un mutuo polo a tierra. Sentir su mano aún sigue siendo la certeza de que todo va a estar bien, de que no existe amor más puro. Dos mundos tan disímiles que chocan constantemente, que sufren al no lograr comprenderse en su totalidad, y que al mismo tiempo vibran en la misma frecuencia, en la única posible: un amor infinito.
Esa misma mano siempre ha estado atenta a cualquier necesidad, aún si esto implicaba viajar miles de kilómetros solo para apretar la mía durante un procedimiento médico hace unos meses, y así evitarme el pánico de la soledad durante ese dolor agudo e indescriptible. Fueron sus manos las que me ayudaron a mudarme a una ciudad nueva tras terminar el doctorado. Entre las dos cargamos todo en un carro y junto a Luna emprendimos aquel viaje inolvidable. Su mano, su abrazo, su mirada siempre me llevarán a mi centro, al único lugar en el que la duda no existe. Somos un espejo y a veces esto significa ser el reflejo de aquello que pudo ser y no fue o de aquello que fue y preferiría no haber sido. Ella renunció a sus sueños, sus planes, a su manera de reconocerse y sentirse para darme cabida en su espacio y su existir en este mundo. Ella me regaló sus alas para que yo me convirtiera en sus sueños más bonitos e incluso en aquellos que nunca llegó a imaginar.
Para mí jamás habrá mujer más hermosa, más valiente, más comprometida, más amorosa, más creativa, más fuerte que ella. Me siento absolutamente agradecida por tenerla conmigo aunque sea en la distancia. Y hoy, por primera vez en más de siete años, puedo abrazarla en un Día de la Madre, fecha simbólica para conmemorar la luz que habita en ella todos los días de esta vida.
"Ellas" (1983)
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